La sabiduría convencional sostiene que la sexualidad es un instinto, una inocente y muy común actividad humana, lo que pasa entre un hombre y una mujer, lo que la gente hace comúnmente, y lo único que necesitamos es relajarnos y disfrutarlo, ¿cierto?
Parece tan simple. Pero si fuera tan simple, ¿por qué es que se nos debe recordar una y otra vez que es un hecho natural, inocente, placentero; que es lo que hacemos, es lo que pasa, que hay que relajarse y disfrutarlo?
De hecho, los medios de comunicación nos ha bombardeado con ese mensaje por tanto tiempo y en tantas formas distintas. Con tal ingenuidad que deberíamos preguntarnos por qué el mensaje aún no ha sido aceptado. ¿Por qué todavía nos sentimos incómodos, inseguros y mistificados por nuestra sexualidad?
En el mundo que Di-s creó, existen tres condiciones. Primero, la condición secular, mundana de entre semana, las cosas ordinarias y comunes que poseemos. Segundo, la condición santa, Divina, tan celestial que ni siquiera llegamos a alcanzarla. Estas dos, por ahora, son fácilmente aceptadas y entendidas. La dificultad surge con la tercera condición, lo sagrado. A pesar de que sagrado significa “separado e indisponible”, lo sagrado no es totalmente inalcanzable. Lo sagrado es aquello que es más santo que lo ordinario, pero no tanto como para no poder alcanzarlo del todo. Es algo entre lo que tenemos y lo que no podemos tener.
¿Confuso? Utilicemos un ejemplo simple. El Todopoderoso nos ha bendecido con hijos. Entonces, tenemos hijos. Tus hijos, mis hijos. Pero cuando decimos “mis hijos”, ¿es este un “mis” posesivo? ¿Soy acaso dueño de mis hijos? La respuesta, por supuesto, es no. Ellos no son míos realmente. Ellos no me pertenecen.
Cuando digo “mi esposa”, ¿es acaso ella una posesión? ¿Acaso “mi marido” me pertenece? Por supuesto que no. Sin embargo en la vida, usamos términos posesivos como “mi” en referencia a estas cosas. Esta es la santidad de la vida, y si no somos cuidadosos, en nuestra arrogancia, podemos demandar cosas de la vida que nunca nos van a pertenecer y, así, perderemos su santidad .
Entonces, en todo esto, ¿dónde encaja la sexualidad? Por su propia naturaleza, no por decreto divino ni por creencias religiosas, la sexualidad pertenece al ámbito de lo sagrado. La experimentamos, pero no la podemos poseer. Podemos llegar a ella, pero no pertenecemos a ese espacio. Podemos ser sexuales, pero no podemos poseer nuestra sexualidad. La razón de esto es muy simple y básica. La intimidad significa ir a un lugar privado, sagrado y separado. Sexualidad significa que una persona entra en la privacidad y santidad de la existencia de otro ser humano.
No puedes, entonces, ser dueño de la intimidad de otra persona. No está disponible. Incluso, si la persona te quiere dar su intimidad. No es compartible. Es una de esas cosas de la vida que Di-s nos da, pero que no podemos poseerla. No puedo ser dueño de mis hijos. No puedo ser dueño de mi pareja. No puedo ser dueño de mi creador. No puedo siquiera ser dueño de mi vida. Y desde luego, no puedo ser dueño de la parte más intrínseca, sagrada e incompartible de otra persona.
Bueno, si es tan indisponible, si no lo puedo poseer, entonces, ¿qué conexión, qué relación sí puedo tener con ella?
Esta es la santidad que podemos experimentar, pero no poseer. Y es por esto que el placer en las relaciones íntimas es tanto más intenso que cualquier otro placer.
Puedes disfrutar de una buena comida, y es un gran placer, pero no es el placer de la sexualidad, porque tú posees la comida. Es tuya. Plantaste los vegetales, los regaste, los cultivaste y los comiste. Son tuyos. No hay nada asombroso en eso. El placer de la sexualidad está la combinación del tener y no tener. Es una combinación de lo ordinario y lo extraordinario al mismo tiempo. Es algo que se te otorga, pero no te puede pertenecer. Y cuando sientes esa combinación, el placer de estar en el espacio íntimo de otra persona mientras tienes presente que no perteneces allí, que no es tu lugar y que nunca podrá serlo, sientes que esto es lo que hace que la sexualidad sea algo diferente y único.
La palabra clave es familiaridad. Con lo sagrado, no te puedes dar el lujo de familiarizarte. Con lo verdaderamente Divino, no hay peligro. Está fuera de tu alcance, olvídalo. Con lo secular y mundano, sin duda, debes familiarizarte.
Entonces, ¿dónde es que la familiaridad está de más?, ¿dónde es que la familiaridad es destructiva y dañina? En lo que es sagrado. Si te familiarizas demasiado con la intimidad de la vida de otra persona, ya sea sea física, emocional o mentalmente, así has comprometido la santidad.
En nuestro mundo, que lo dice todo, visualizar la destrucción de la familiaridad puede ser difícil. Pero no puedes llamar a tus padres por su primer nombre, porque es demasiado familiar. No pronunciamos el nombre de Di-s en vano, porque es demasiado familiar. Y para nuestros abuelos y bisabuelos, las relaciones íntimas era un asunto sagrado que no era discutido, porque era demasiado familiar. La relación entre marido y mujer estaba restringida a detrás de las puertas cerradas. Era algo sagrado, algo que no se desperdiciaba ni compartiendo nio siquiera hablando de ella. Es por eso que nuestros abuelos no hablaban de sus relaciones. No estaban guardando secretos, estaban cuidando algo sagrado.
Hoy en día, estamos supuestos a familiarizarnos con la sexualidad. Decimos que ya nos hemos familiarizado y nos avergonzamos de admitir lo contrario. Hemos removido la santidad. Todo por creer que nuestros padres guardaban un secreto.
Los medios de comunicación nos siguen bombardeando con esos mensajes brillantes, sutiles, de la “naturalidad” y “apertura” de la sexualidad. Y no nos está convenciendo. No importa cuánto tratemos, no podemos ignorar lo que nuestros abuelos y abuelas sabían: la cama del matrimonio es algo sagrado y la única manera que funciona es cuando la tratas como tal.
¿Todavía necesitas más pruebas? Mira a todos esos abuelitos más de cerca. Esa pareja que ha estado casada por cincuenta, sesenta, setenta años, todavía se comportan tímidamente el uno con el otro. Todavía se ruborizan al verse. Todavía se excitan al verse. Esto es la sexualidad humana. Esto es santidad. Y esta es la última palabra en relación con la intimidad.
El Rabino Manis Friedman es un aclamado filosofo Jasidico, autor y orador. Es el rector del Instituto Femenino de Estudios Judaicos Bais Chanah
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